POR
JOSÉ RAMÓN FDEZ.-TRESGUERRES
Los
parques eólicos, entendiendo por tales la agrupación de aerogeneradores, han
proliferado en España en los últimos años de forma exponencial. Los que fuimos
jóvenes en los años 70 del siglo pasado, la crisis del petróleo nos posicionó
frente a las energías basadas en los combustibles fósiles y en especial contra la
energía nuclear. Apostábamos, entonces, por energías limpias y renovables como
la eólica o la solar. Pero el desarrollo de todas ellas ha traído algunos
problemas que entonces no llegábamos a vislumbrar.
La
energía hidráulica tiene una gran tradición en nuestro país. Empezó con fuerza
su andadura a partir de la década de los años 20 del siglo pasado. Alcanzó su
máxima expansión durante el franquismo. Muchos fueron los pantanos que se
inauguraron durante aquel período. En la Cordillera cantábrica vivimos algunos
de sus últimos coletazos con la triste desaparición del antiguo pueblo de
Riaño, en León, bajo las aguas del pantano. De vez en cuando todavía suenan
algunos proyectos de entonces que se intentan resucitar. Así ocurre con el
famoso embalse de Caleao, en el Parque Natural de Redes, en Asturias.
La
energía es cada vez más imprescindible en una sociedad que se considera
desarrollada. La relación entre desarrollo y energía es proporcional. ¿Pero cuánto
estamos dispuestos a pagar para conseguirla? ¿Aceptaremos de nuevo el viejo
debate sobre las nucleares? Yo al menos no. Serán resabios del pasado, pero
sigo frontalmente opuesto a que se nos intente vender otra vez los beneficios
de tan nefanda energía. A los hechos me remito: Three Mile Island (Pensilvania,
EE.UU.), Chernóbil (Bielorusia, antigua URSS), Fukushima (Japón)… No valen
argumentos de la antigüedad de los reactores ni otras zarandajas. Ocurrieron en
países desarrollados y con todas las medidas de seguridad que se podían
esperar.
Mientras
no existan alternativas posibles parece que no nos queda otra que seguir tirando
de los combustibles fósiles (carbón o petróleo) o apostar por las renovables (geotérmica,
biomasa, hidráulica, solar o eólica). Estas últimas aparentan estar en
retroceso pues algunos partidos políticos, probablemente de manera interesada,
intentan convencernos de su alto coste. Algunos, a pesar de los problemas que puedan
generar, seguimos creyendo en ellas.
Hoy
quiero centrarme, en especial, en una de esas energías limpias. La he visto
crecer no sin cierto disgusto en algunos casos. Mi afición a la montaña me ha
hecho tropezar, con frecuencia, con su imagen más representativa. Me estoy
refiriendo a los mastodónticos molinos de viento que nada tienen que ver con
los viejos, hermosos, simbólicos y antiguos molinos de viento que aún perviven
en muchas regiones españolas. El deterioro de nuestros paisajes tradicionales debido
a su presencia duele, en muchas ocasiones, de manera importante.
Un
aerogenerador es un generador eléctrico movido por una turbina accionada por el
viento. Por este motivo su instalación más lógica es colocarlos donde se supone
que encontraremos más fácilmente la fuerza motriz que necesita. Suelen
coincidir éstos lugares con zonas elevadas, en montañas libres de obstáculos,
en las proximidades de la costa, cuando no se instalan sobre el mismo mar. Ahí
tenemos ya el primer problema. Estos lugares, en donde los molinos se
desarrollan a sus anchas, suelen ser, también, los más vulnerables a los
impactos paisajísticos. Pero además existen otros problemas que paso a
detallar.
El
segundo, y no menos importante que el primero, se refiere al ruido que generan
las aspas al rotar. Se trata de un ruido perfectamente audible en lugares
habitados próximos a los parques eólicos. No parece justo que hagamos cargar
con este grave problema, incluso de salud, a las personas que desde tiempo
inmemorial llevan viviendo en esos tranquilos y silenciosos espacios.
El
tercer problema de los aerogeneradores lo sufren otros habitantes del medio
natural en los que no solemos reparar con frecuencia, me refiero a las aves y en
especial a las rapaces. La mayor parte de los accidentes se producen por
choques contra las inmensas aspas.
Si
a estos añadimos otro problema no menos importante como es el del coste de mantenimiento,
parece que la cosa se complica. Los costes
se originan y se ven incrementados por la rotura frecuente de las aspas
de los aerogeneradores o por los incendios provocados por fallos eléctricos del
motor.
Por
todo lo aquí expuesto podría suponerse que he pasado a engrosar las filas de
los detractores de la energía eólica. Nada más lejos de la realidad. Todo lo
contrario, sigo siendo un fiel defensor de la misma. Como en todos los aspectos
de nuestra vida el progreso se basa fundamentalmente en I+D. Investigación y
desarrollo es lo que más necesitan las energías limpias y renovables.
En
los últimos años el avance en el diseño de nuevos paneles fotovoltáicos o la
aparición de aerogeneradores sin aspas parece darnos la razón. Estos nuevos modelos
producen la misma cantidad de energía que los actuales molinos de viento.
Además, disminuyen los costes de producción, de mantenimiento y los perjuicios
acústicos. Se reduce el impacto paisajístico y los daños a las aves. De manera indirecta, se reduce
el consumo de agua que se emplea en la refrigeración de las centrales térmicas, con el consiguiente ahorro de agua que podemos destinar al consumo humano o a la
agricultura. El futuro parece que va por ahí.
El
viento, debido a su abundancia, debería convertirse en la principal fuente de
energía del futuro inmediato. El viento circula noche y día algo que no sucede con el
sol. Si además tenemos en cuenta que este tipo de energías reduce la emisión de
carbono y por ello el calentamiento del planeta, no debería quedarnos ninguna
duda. Debemos apostar, mal que les pese a algunos, por seguir aumentando la
eficiencia de estos, ya no tan nuevos, sistemas energéticos.
AUTOR
DE TEXTO Y FOTOS JOSÉ RAMÓN FDEZ.-TRESGUERRES
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